El cambio de modelo ético adoptado por los facultativos.

AutorManuel Ángel de las Heras García
Cargo del AutorDoctor en Derecho. Departamento de Derecho Civil; Universidad de Alicante

Tradicionalmente el ejercicio de la Medicina -recordemos, ars o tekhene- se ha identificado con una profesión humanitaria, extremadamente solidaria, al servicio de la persona, de su vida, integridad y, correlativamente, salud, constituyendo el núcleo de toda relación médica la aspiración y el propósito del facultativo de mitigar la enfermedad o dolencia que padecía y, a veces, doblegaba al infortunado enfermo; dando lugar a lo que se había denominado amor o amistad del médico respecto de su paciente, configurándose como peculiar dicha relación, fuertemente caracterizada por actitudes reveladoras de la entrega del médico, que debía preponer a sus propios intereses los del paciente, tratando, a la vez, de ganarse su confianza. Ello, lejos de pasar inadvertido, ha venido siendo destacado en numerosos textos atinentes al componente ético de la profesión pudiéndose citar el art. 4.3 del anterior Código deontológico de 1990, precepto mantenido -en el mismo ordinal y precepto- tanto en los previos borradores de 06-03 y 10-07 de 1999, como en el actual CED, reflejándose también en el apartado 8 del Codi catalán1353, pronunciándose en similar línea el art. 4.5 LOPS.

En el marco de esta clásica concepción del ejercicio médico se deja entrever la denominada solidaridad de los antiguos, que tendría como modelo a la familia, caracterizándose por la noción aristotélica de amistad (filia) y la pietas estoica, ambas «reformuladas por el cristianismo», concretadas en una «virtud distinta de la caridad en el concepto escolástico de pietas (que atiende al deber de culto hacia los padres y la patria: la dimensión supraindividual)», siendo concebida como «principio ético de origen religioso» en el cual predomina la relación de amistad o amor que comprende a todas las personas y conduce a un objetivo de unidad y ayuda mutua1354. Tal sustrato amoroso/amistoso de la relación ha permanecido a lo largo de toda la historia de la Medicina en sus tres principales etapas, medicina griega clásica, medicina cristiana y la moderna medicina secularizada; de modo que la conexión de amistad del médico para con el paciente se concebía como manifestación o reflejo de la devoción por su propia profesión y su valor curativo -amor al paciente era consecuencia del amor al arte, decíamos-, de lo cual se derivaba, a modo de añadidura, la amistad hacia la persona del paciente y a su vida, integridad y salud1355. Bien podrían sintetizarse tanto el sacrificio y la entrega profesionales, como el necesario amor al paciente por parte del facultativo, en aquella máxima de MARAÑÓN: «un dolor curado justifica toda la vida de un médico»1356, doctrina que parece resurgir nuevamente en el momento de que algunos no dudan en reconocer que «but the greatest ethical principle of all, es el amor»1357.

El modelo ético tradicional de la Medicina ha estado apoyado en dos principales arbotantes, de una parte, en el respeto a la vida, a la integridad de las personas y en el esfuerzo por mantener la salud individual y colectiva mientras que, de otra, en el denominado paternalismo o imperialismo médico1358 o, lo que es igual, la consideración de que no es sino el médico quien había de cuidar de tales bienes del enfermo, a veces, independientemente incluso de su propia voluntad1359, actitud que llevada a sus últimas consencuencias parecía reputar a los enfermos como «incapacitados morales; el in-firmus es una persona débil, carente de firmeza, tanto en el plano físico como en el plano moral, por lo que el médico debe tratarle como un niño, asumiendo la condición de padre», habiéndose señalado, no sin cierto exceso, que el paternalismo médico denota «una función que expresa el conocimiento científico frente a la ignorancia del enfermo, la fuerza moral (ethos) frente a la debilidad del enfermo (pathos) y la condición sacerdotal o de intermediario del médico entre los dioses y los demás mortales»1360, reservándose un margen de ordenación profesional a los propios facultativos cuyas bases no han sido otras que las éticas y morales (en especial, las de signo hipocrático) derivadas de los principios de libertad y responsabilidad, a lo que habría que añadir una indiscutible simpatía o apego del Derecho por esta ciencia y arte todo lo cual, conectado, daba como producto una incidencia jurídica en dicha profesión muy inferior a la tendencia actual que, por el contrario, ha incrementado de modo más que notable su presencia en el seno de la misma. La tecnología, el ingente avance alcanzado en el seno de esta ciencia y arte, su especialización y masificación -«los médicos hoy salen debajo de las piedras», advertía MARAÑÓN nada menos que en 1943-1361 y, por tanto, la necesidad de control de la profesión son, entre otros, algunos de los factores que han propiciado una variación en la situación anteriormente advertida, provocando profundos cambios en los postulados éticos de la misma, pudiéndose hablar perfectamente de una mudanza o revisión de sus códigos morales. La eticidad misma, o conciencia del deber de actuar de un modo concreto ante dos opciones (esto es, conciencia moral), pertenece o corresponde a recónditas ordenaciones de la persona humana y los argumentos ético-normativos que vienen a fundamentar la determinación son confeccionados en atención a estadios estimados, en mayor o menor medida, correctos de acuerdo con la propia posibilidad de juicio moral en un específico momento, considerando -con CUYÁS I MATÁS-1362 evolutivos y sucesivos los diferentes niveles en el desarrollo de la conciencia moral, los cuales aparecen constantes en las diferentes civilizaciones y entornos sociales, constituyéndose por los seis que siguen: 1º) La más elemental capacidad de razonamiento moral (bien del interesado); 2º) La obediencia (además del interés propio, se tiene en cuenta el ajeno); 3º) La reciprocidad (se establecen relaciones recíprocas de lealtad y gratitud); 4º) La percepción del bien propio en el grupo (familia, amigos, etc.); 5º) Una fase de cierta abstracción; considerándose bueno ceder ciertos bienes no absolutos, individuales o plurales, para lograr un bien más universal y, finalmente, 6º) La etapa de reflexión moral o de los principio éticos universalmente válidos.

En el seno de la ética, entendida como parámetro o medida de la conducta personal, se descubre para el facultativo una novedosa y peculiar ética médica que, fundamentalmente, es aquélla que se ocupa de los problemas relacionados con valores que surgen de la relación médico-paciente, viniendo a configurarse como el conjunto de principios éticos que gobiernan el comportamiento del profesional en Medicina -«la profesión médica es comunidad moral»-1363, tanto en lo relativo a las obligaciones de los médicos con los enfermos como a las de aquéllos con sus propios compañeros, por lo que sólo inicialmente abarca la llamada deontología (tratado de deberes) pese a ser también usual la identificación de ambas expresiones. En esta línea CARDENAL, tras definirnos la ética como ciencia de la moral o buena conducta (o sistema de reglas que rigen la conducta) se refiere a la ética médica como «conjunto de reglas y principios que rigen la conducta moral y profesional de los médicos», esto es, como sinónimo de deontología1364; sin embargo, no estimamos plenamente coincidentes estos términos, de facto, el código que aspira a servir de parámetro de conducta vigente entre los facultativos de nuestro país, contenido -al menos formalmente- en el mentado CED se intitula, precisamente, "de Ética y Deontología"1365 lo que viene a traslucir que, pese a su afinidad, tales términos no resultan del todo equiparables, siendo aquélla más extensa que ésta. Esa conducta moral y profesional se correspondería en parte y, desde luego, quedaría inserta en la lex artis -de la cual ya nos ocupamos-.

La ética o conciencia moral de los médicos ha sido, hasta época reciente, la que caracterizaba como buenas o malas las actuaciones de los facultativos dado, en opinión de ciertos autores, el abandono normativo en que la Medicina se encontraba inmersa1366 (aseveración que, como demostramos más arriba, no resulta tajante y absoluta); de tal manera que el tradicional modelo médico se fundamentaba en la llamada ética de beneficencia -o benevolencia, según algunos-1367 todavía casi identificada y plenamente influenciada con los postulados del juramento hipocrático de la antigua Grecia, por lo cual bien se podría indicar que la ética médica es tan antigua como la Medicina por cuanto «ningún otro grupo tiene tradición tan antigua y consistente de mantener una concepción idealista de su función y de su rol. Los principios éticos fueron plasmados hace mucho tiempo en el Juramento hipocrático, la Oración de Maimónides y en la India»1368. Hoy, aunque iniciada hace varios años, asistimos a una corrección o variación de la ética médica, lo que nos conduce al examen de los posibles motivos de dicha transformación aconteciendo, como confiesa FERNÁNDEZ RAÑADA, que «el antiguo trípode defendido por muchos de nuestros maestros, un adecuado cocktail de asistencia, docencia e investigación» no resulta fácilmente sostenible en los tiempos actuales, indicándose que los progresos científicos, el incremento de las especialidades, la implantación de nuevas tecnologías y las superiores demandas de los pacientes y de la propia sociedad «han hecho mucho más compleja la asistencia clínica»1369.

6.1. Posibles argumentaciones sobre el cambio de modelo ético

La tradición médica ha tenido siempre como dogma que auxiliar al necesitado constituye la base misma de su ética1370, modelo moral denominado «ética de beneficencia» viniendo ahora inestable por distintos y heterogéneos motivos que algunos autores se han preocupado de analizar ampliamente en no pocos trabajos monográficos1371. En nuestra opinión tales argumentos, sintetizados, no han sido otros que los siguientes:

A) Pluralismo, materialismo y diversidad: El progresivo desarrollo de un pluralismo tanto moral1372 como...

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