Biografía intermitente de Miguel Ayllón Altolaguirre

AutorEsteban Conde Naranjo
Páginas387-495

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    Proyectos DER2008-03069 y DER2010-21728-C02-01. Una primera versión, más ligera, de estas páginas se ha publicado en Ateneo. Revista Cultural del Ateneo de Cádiz, 7 (2007), pp. 255-293. Abreviaturas: AHDC: Archivo Histórico Diocesano de Cádiz; AHMC: Archivo Histórico Municipal de Cádiz; AHPC: Archivo Histórico Provincial de Cádiz; AHN: Archivo Histórico Nacional, Madrid; AHUS: Archivo Histórico de la Universidad de Sevilla; AICAM: Archivo del Ilustre Colegio de Abogados de Madrid; AICAS: Archivo del Ilustre Colegio de Abogados de Sevilla.

Like other such lives, like all lives, this is a tragedy; high hopes, noble efforts; under thickening difficulties and impediments, ever-new nobleness of valiant effort; —and the result death, with conquests by no means corresponding. A life which cannot challenge the world's attention; yet which does modestly solicit it, and perhaps on clear study will be found to reward it.

Thomas Carlyle, The Life of John Sterling (1851)

Estoy seguro de que Cádiz esconde materia para una novela, pero el forastero no la ve.

Hans Christian Andersen, Viaje por España (1862)

1. Vista de Cádiz en 1859

En el otoño de 1859, Gaspar Núñez de Arce era un j oven de veintisiete años que se abría camino en el mundo de las letras a través del periodismo. A

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mediados de noviembre, recién declarada la guerra de África, se embarcó hacia Marruecos con todo el entusiasmo propio del momento y de su edad, a fin de cubrir las inminentes campañas militares. Debiendo alcanzar la costa africana desde Málaga, tuvo tiempo para una rápida visita a Cádiz. Dio cuenta de su travesía y de su estancia en la primera de las crónicas que envió al diario madrileño La Iberia, fechada el 18 de noviembre, y en ella nos dejó sus impresiones de la ciudad. Son superficiales y no muy distintas de otras escritas por los mismos años, pero tienen la frescura de las cosas conocidas de primera mano:

Mi navegación hacia Cádiz fue felicísima; sólo tuve un sentimiento: el de haber pasado de noche el Estrecho de Gibraltar; aunque bien considerado, así no vi flotar en un rincón de la Península una bandera que no es la nuestra y que debiera serlo.

[•••]

No conozco la perla de Andalucía lo suficientemente para poder intentar su descripción minuciosa, ni tendré tiempo de conocerla tampoco, pues a la mayor brevedad pienso regresar a Málaga; sólo sí diré, que sus calles son rectas y hermosas, si bien no muy anchas; que tiene plazas espaciosas y capaces, entre ellas la de San Antonio, donde se levanta la estatua de Balbo, natural de Cádiz, ciudadano de Roma y el primer extranjero que subió en triunfo al Capitolio.

Su puerto es concurridísimo, y en estos momentos mucho más. Reina gran animación en el comercio, y en todos los habitantes un decidido entusiasmo. Hijos de familias acomodadas han solicitado y obtenido su ingreso como soldados de los cuerpos del ejército expedicionario. [...]

Anoche tuve el gusto de asistir a la función que daba el Ateneo, fundado por nuestro amigo y compañero el señor Ayllón Altolaguirre. La concurrencia fue numerosa y escogida. Los señores don Adolfo de Castro, Sánchez del Arco y otros cuyos nombres no recuerdo, leyeron poesías alusivas a la guerra, siendo algunas de ellas de un mérito sobresaliente, y obteniendo un éxito en extremo satisfactorio1.

Cuando el cronista convirtió sus artículos en libro, el episodio gaditano de su viaje ganó en exaltación patriótica lo que perdió en

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detalles2. Y son sin embargo los detalles los que ahora nos interesan. En primer lugar, la referencia a ese Ateneo que ofreció recreo intelectual al visitante: en la ciudad de calles rectas y hermosas, de plazas espaciosas y puerto concurridísmo, el Ateneo era la institución que permitía al viajero ocasional un atisbo de las inquietudes que bullían ocultas bajo el externo paisaje urbano. Y en segundo lugar, la mención a su fundador, Miguel Ayllón Altolaguirre, que en la plena madurez de sus treinta y cinco años y siendo persona influyente en la sociedad gaditana, daba la bienvenida al recién llegado. Núñez de Arce llamaba "amigo y compañero" a quien fue su anfitrión aquella noche de noviembre; es difícil saber cuánto hay de cortesía y cuánto de verdad en esos dos términos, pero, al margen de cuál pudiera ser la relación personal entre ambos, lo cierto es que podían considerarse amigos políticos, comprometidos en el ideario progresista3, y compañeros de pluma, ejercientes ambos del periodismo y seducidos por la poesía y el teatro.

Algo sabemos ya de ese Miguel Ayllón Altolaguirre que ocupó tan notoria posición en la vida gaditana en los últimos años cincuenta y primeros sesenta del siglo XIX, pero nada que vaya más allá de unos pocos datos biográficos, de un esbozo de su trayectoria profesional, de un primer acercamiento a sus escritos4. Merece la pena un intento de ampliación y profundización: los no escasos testimonios de su vida y de su obra que quedan dispersos en archivos y bibliotecas bastan para ensayar una reconstrucción coherente, que no podrá, sin embargo, evitar su carácter fragmentario. Los estragos del tiempo han troceado su recuerdo, y los jirones que han sobrevivido dejan entre ellos lagunas considerables. El rostro nos falta, por ejemplo, o al menos la absoluta seguridad sobre cuál

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fuese el suyo: en el salón de conferencias de la actual sede del Ateneo de Cádiz he visto colgado un retrato que, al no haber podido contrastarse, se tenía por inseguro; tal vez, efectivamente, esa cara enjuta, esa disposición austera, esa mirada enérgica y esa expresión grave no sean de su fundador, pues la familia conserva memoria fotográfica, también incierta, de un semblante bien diverso5. Sobre algunos periodos de su vida no sabemos apenas nada; acerca de otros momentos no carecemos de datos, pero a veces se amontonan de forma confusa, siendo difícil ordenarlos con la debida claridad. Durante las décadas centrales del Ochocientos, en las que le tocó vivir, Miguel Ayllón aparece y desaparece ante los ojos del curioso interesado, y la intermitencia biográfica a la que nos abocan las fuentes es la que reflejan también las siguientes páginas.

Éstas se han escrito sin prejuicio alguno sobre la significación mayor o menor de las informaciones que las fuentes ofrecen. El autor de este conato de biografía es muy consciente, desde luego, de que selecciona y ordena, destaca y arrincona, ilumina y ensombrece los datos de los que dispone, de modo que esa pretendida ausencia de prejuicios no tiene nada que ver con una mal entendida ingenuidad en la valoración de los textos y documentos del pasado. El intento es otro: Miguel Ayllón Altolaguirre fue jurista, yla de un jurista es la imagen que aquí se busca, en la convicción de que el registro de su carrera profesional o el análisis de los escritos en los que plasmó su saber técnico no son los únicos elementos atendibles para desvelarnos su relación con el derecho. La dimensión afectiva de la vida de nuestro personaje, encerrada en su privacidad doméstica, no siempre queda oculta por los muros tras los cuales conformó y ejerció sus más

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primarios principios morales: en ocasiones no es que se entrevea, sino que se exterioriza con absoluta nitidez su posición de hijo o de hermano, su estado de esposo o de padre. Más visible resulta, por supuesto, el ciudadano Miguel Ayllón, que adaptó a sus convicciones tanto su conducta como sus escritos, revelándolas en el modo en el que ordenó sus relaciones sociales y exhibiéndolas abiertamente durante el tiempo de su participación en la política local. Ventilando sus opiniones mediante su distribución impresa, hubo también un Miguel Ayllón periodista y literato, el catálogo de cuyas obras, seguramente aquí incompleto, incluye poemas, dramas, ensayos y artículos sobre materias diversas.

Querrían estas páginas que ante el lector apareciese la figura del jurista Miguel Ayllón como la combinación y la suma de todas esas facetas distintas de su única identidad, en todas las cuales se advierte la envolvente presencia de lo jurídico, la relevancia de la disciplina con la que tuvo trato continuo. Si esta biografía lo lograra sería tal vez su mayor virtud, nacida de todos modos de la necesidad: de la estricta actividad de Miguel Ayllón como abogado —la condición que mejor nos serviría para valorarlo como profesional del derecho— quedan pocas e inexpresivas trazas.

2. Primeros años y antecedentes familiares

Debemos comenzar nuestra historia en 1823. Ese año, como bien se sabe, finalizaba el llamado Trienio Liberal, el segundo y corto período de vigencia de la Constitución de 1812. Los Cien Mil Hijos de San Luis, que harían posible el éxito de la reacción absolutista fernandina, venían barriendo la península desde abril, empujando a los constitucionales hacia el sur. Convocadas Cortes Extraordinarias y reunidas en Cádiz, el 7 de agosto era nombrado Secretario de las mismas el diputado por Sevilla Mateo Miguel Ayllón Alonso. Rondaba los treinta años, yjunto con su mujer, la sevillana María de la Concepción Altolaguirre, su pequeño hijo Dionisio, nacido en Sevilla en abril de 1823, y el resto de liberales fieles a la letra y al espíritu de la ley fundamental gaditana, hubo de abandonar en octubre la ciudad que fuera cuna del régimen constitucional rumbo a Gibraltar. Esa tierra que Núñez de Arce se alegraba de no haber visto, por ondear en ella una bandera que no era la nuestra...

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