Antropologizar en España. El antropólogo Carmelo Lisón Tolosana, maestro de maestros

AutorManuel Lorente Rivas
Páginas181-190

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I

En el discurso de presentación del antropólogo Carmelo Lisón Tolosana para su nombramiento como doctor honoris causa por la Universidad de Murcia en enero de 2011, el catedrático de Antropología D. Luis Álvarez Munárriz lo presentaba como un «maestro de maestros». Destacando entre otros muchos méritos el haber estudiado y doctorado en Oxford de la mano del gran maestro Evans-Pritchard, el haber sido catedrático de Antropología en la Complutense de Madrid, académico de la Real Academia de Ciencias Morales y Políticas, además de doctor honoris causa por la Universidad de Burdeos II (Francia, 2002). También destacó la importancia de haber dirigido 17 tesis doctorales, de ser autor de más de 20 libros, 100 artículos, numerosos prólogos de libros, y la organización de más de 200 reuniones y eventos científicos de alcance nacional e internacional, por todo lo cual ha recibido numerosas condecoraciones, lo que lo convertía en el antropólogo español más importante del mundo.

Al decir ahora que el antropólogo aragonés Carmelo Lisón Tolosana es la principal figura de la historia de la antropología española, no digo ni invento nada nuevo, esto es algo que ya está dicho y sobre todo hecho y demostrado a través de toda una vida dedicada al rigor del trabajo intelectual, de manera que lo mejor que se puede hacer al respecto es leer su obra con admiración y aprovechar al máximo su lectura. Pero como

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en esta tonalidad ya he escrito hace poco en las recensiones de dos de sus últimos libros, ahora andaré este asunto por otro camino.

Para esta ocasión mi esfuerzo estará dirigido a reflexionar sobre la dimensión del antropólogo Carmelo Lisón Tolosana como «maestro de maestros», epíteto que de inmediato nos llama la atención sobre su personalidad, capacidad para el diálogo y colaboración, además de generosidad para la transmisión del saber; aspectos en general que confluyen en la difusión de su obra a través de discípulos que a su vez ya están reconocidos como maestros, lo que ha posibilitado que su influencia a modo de onda expansiva pueda alcanzar hasta antropólogos de otras generaciones y contextos, que también se reconocen como herederos de su aliento antropológico. Todo lo cual nos permite imaginar un conjunto de relaciones diacrónicas, arbóreas o radiales en las que se engarzan eslabones gene-racionales partiendo de un determinado centro de referencia, especie de nódulo de relaciones e influencias diacrónicas diferenciado entre los que le preceden y suceden.

Con el término «maestro» en referencia al mundo del conocimiento y la transmisión de la sabiduría, nos salimos de las titulaciones oficiales al uso para expresar una dimensión más humana y antigua en las forma de encarnar y transmitir el saber. De otra parte, con el término «discípulo» completamos esta desigual polaridad para configurar un arcano eslabón en la forma de la transmisión generacional del conocimiento, eslabón que ya hemos dicho puede florecer al margen de las regladas enseñanzas académicas, aunque también dentro y paralelo a este contexto institucional, pero que requiere de una serie de reciprocidades afectivas como la admiración, respeto y reconocimiento mutuo, cuando menos. En este campo de la relación humana emergen parámetros como la personalidad, la amistad, la sensibilidad, la empatía, la generosidad, el esfuerzo, la admiración, la capacidad de sacrificio y superación, la paciencia, la confianza, la autoridad, la legitimidad, la constancia y la lealtad en un desigual juego de espejos del tiempo que permite un modelado humano en el trasvase del saber y la transmisión de huellas perennes del carisma del maestro en el discípulo, a la par que se esculpen perfiles morales, administran y transfieren conocimientos y formas de generarlos de forma solvente. Pero el proceso es desigual y si el maestro brilla por su obra, personalidad y autoridad, el discípulo es una mera intuición del maestro o nebulosa de polvo factible solo en potencia, que requiere de paciencia y humildad, esfuerzo, dedicación y sacrificio, además de una cierta dosis de acatamiento de orientaciones que en un principio pueden escapar a su entendimiento.

Si desde una arqueología del saber podemos constatar la proliferación e importancia de las tecnologías, objetos culturales e instituciones que facilitan la conservación, transmisión y difusión del conocimiento en general de nuestro tiempo, todavía resulta obligado hablar de la importancia del contacto directo en la transmisión del conocimiento humano, por no decir que es algo indispensable. Este contacto directo y generalmente intergeneracional contribuye y posibilita la transmisión, supervivencia y ajuste de los paradigmas del saber a los cambios que acontecen. Porque si entre otras cosas, la proliferación de imprentas, instituciones de enseñanza y medios de comunicación han contribuido a la divulgación del conocimiento, acercamiento de culturas y planetarización del saber que dice el antropólogo francés Marc Augé, la relación básica y directa del maestro y el discípulo en tanto que arcano eslabón humano en la transmisión del conocimiento, todavía sobrevive por su eficacia para otorgar autoridad y legitimidad. De manera que aunque casi todo pueda estar escrito, grabado e institucionalizado, además de empaquetado para viajar en el espacio-tiempo, siempre quedarán cosas en el tintero, gestos, guiños, alusiones, sentidos, recuerdos, sueños, trastiendas, penumbras e incluso basureros de la historia en los que indagar, como diría el antropólogo Lévi-Strauss, además de otras cosas que no caben en el papel,

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Carmelo Lisón y Manuel Lorente, conferencia en la Legación Americana de Tánger, año 2001

como dicen los cantaores flamencos. Ángulos por tanto, que vienen a explicar el interés de la reflexividad postmoderna por parámetros humanos del conocimiento, como la personalidad del investigador, el género, la sensibilidad, posición, el grado de empatía, etnocentrismo, formas de hacer y desenvolverse en el necesario e imprescindible trabajo de campo para el antropólogo, además de otros factores concretos, intereses humanos e ideológicos que pueden influir en el quehacer de las ciencias sociales en general y la antropología en particular.

II

Hace casi veinte años que un amigo me animó para matricularme en un curso de doctorado en Antropología Social y Cultural en la ciudad de Granada, a la par que me recomendó una bibliografía al respecto. De aquellas lecturas recuerdo especialmente el libro Tristes trópicos de Lévi-Strauss. Poco a poco fuimos diseñando la forma de mi tesis a la par que también me iba familiarizando con la literatura antropológica, recuerdo que me fascinó la lectura de Lévi-Strauss, Victor Turner, Evans-Pritchard y otros importantes antropólogos internacionales, pero con el antropólogo español Carmelo Lisón Tolosana, la cosa sería diferente, entre otras cosas por la oportunidad de poder tener un trato personal y frecuente, ya que era un asiduo conferenciante y colaborador del Centro de Investigaciones Etnológicas «Ángel Ganivet». Circunstancias que entre unas cosas y otras me hicieron cambiar el rumbo de mi vida y comenzar...

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