Nuestra América es un ensayo

AutorGermán Arciniegas
Páginas45-53

Ensayo publicado originalmente en Cuadernos, París, 1963.

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¿Por qué la predilección por el ensayo como género literario en nuestra América? Ensayos se han escrito entre nosotros desde los primeros encuentros del blanco con el indio, en pleno siglo XVI, unos cuantos años antes de que naciera Montaigne. Sorprende, a primera vista, esta anticipación, cuando hay otros géneros literarios que sólo aparecen en América tardíamente. La novela comienza con Fernández de Lizardi entre 1816 y 1830, doscientos años después de las Novelas ejemplares de Cervantes, y pasados tres siglos de que Bartolomé de las Casas escribiera su famoso ensayo en defensa de los indios. Lo mismo ocurre con la biografía. Durante la conquista surgieron algunas de las figuras más sobresalientes que haya conocido en su historia el pueblo español: Balboa, Cortés, los Pizarros, Jiménez de Quesada, Valdivia, Lope de Aguirre. Y no se escribió una sola biografía. Fue uno de esos casos, que luego se repiten en nuestros procesos literarios, en que el paisaje, la selva, la aventura multitudinaria se devora al personaje.

No pocos de los famosos cronistas habían leído las Vidas de Plutarco, pero antes que concentrarse en un solo hombre preferían hacer la historia de la conquista de la Nueva España, o la de todas las Indias Occidentales. Ercilla, al componer el primer poema de la épica española, puso a un lado al héroe singular y tomó la guerra contra los araucanos como materia colectiva de sus octavas reales. Pero si la exploración como aventura y la guerra como historia tentaban al escritor, no le tentaba menos el afrontar los problemas intelectuales que planteaban los descubrimientos. Vespucci y Colón ya discuten los temas de la geografía tradicional y algunos de los problemas más apasionantes del hombre y los climas, y escriben verdaderos ensayos que producen polémicas en Europa, La razón de esta singularidad es obvia. América surge en el mundo, con su geografía y sus hombres, como un problema. Es una novedad insospechada que rompe con las ideas tradicionales. América es ya, en sí, un problema, un ensayo de nuevo mundo, algo que tienta, provoca, desafía a la inteligencia. La circunstancia de que brote de repente un continente inédito entre dos océanos, uno de ellos aún inexplorado y el otro desconocido son hechos lo bastante rotundos como para conmover academias y gimnasios, y sacudir a la inteligencia occidental. De todos los personajes que han entrado a la escena en el teatro de las ideas universales, ninguno tan inesperado ni tan extraño como América. La sola expresión consagrada por Vespucci de «Nuevo Mundo», indica lo que tenía que producirse en Europa con la aparición de América. No debe sorprendernos que se

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entablen entonces debates famosísimos, lo mismo de alcance religioso y espiritual que de orden práctico, sobre si los indios eran o no animales racionales, si tenían o no alma, si podían o no recibir los sacramentos, si eran semovientes que pudieran venderse como bestias. Todavía en nuestro siglo XX hay quienes tienen dudas sobre estos puntos y se habla de los «indios bestias».

Hasta no hace mucho tiempo (¿se seguirá haciendo todavía?) se vendían en algunos lugares de América haciendas «conteniendo tantos indios»... Colón discutía el problema del paraíso terrenal y su ubicación en las tierras que tenía a la vista, sacando a debate textos de la Biblia, de los Santos Padres, de los geógrafos más antiguos. Vespucci provocaba un alegato con los humanistas de Florencia acerca del color de los hombres en relación con los climas, y la posibilidad de que las tierras por debajo de la línea equinoccial fueran habitadas por seres humanos. Fueron estos los primeros ensayos de nuestra literatura. El ensayo, que es la palestra natural para que se discutan estas cosas, con todo lo que hay en este género de incitante, de breve, de audaz, de polémico, de paradójico, de problemático, de avizor, resultó desde el primer día algo que parecía dispuesto sobre medidas para que nosotros nos expresáramos. O para que los europeos se expre-saran sobre nosotros. Pero un género más hecho para nosotros que para los extraños, porque la experiencia de América era no poco incitante para quienes la vivían. Basta considerar el problema del mayor cruzamiento de razas que registra la historia después de la aparición de los bárbaros en Europa. Llegan los conquistadores, sin mujeres, como ejército de varones pronto al atropello sexual, y en una generación queda coloreado de mestizos el hemisferio occidental. Son mestizos en donde flota en cada uno una sombra que viene del encuentro de un alma blanca y una de cobre, de una de cristiano y otra de azteca o de inca, y bajo esta sombra se dilata el horizonte para este extraño nuevo ser humano que tiene por delante las más vastas dimensiones de asombro y de duda. Para nosotros, en el siglo XVI, el inca Garcilaso de la Vega, en quien el mestizaje ilustrado alcanza proyecciones casi fabulosas, es un hombre-ensayo. Es el ensayo sobre el mestizo convertido en un adelantado de las letras. Es un hombre nuevo puesto en la balanza, donde la aguja parece infiel, temblando por valorar los pesos que llevan los dos platillos.

El ensayo entre nosotros no es un divertimiento literario, sino una reflexión obligada frente a los problemas que cada época nos impone. Esos problemas nos desafían en términos más vivos que a ningún otro pueblo del mundo. No hemos tenido tiempo para dedicarnos al ejercicio de las guerras, ejercicio que tan exclusivo parece de la historia europea. Esto resulta paradójico en Europa, donde se hace demasiada literatura en torno a las revoluciones de México y Sudaméri-ca. Quizás ahí esté la diferencia. América ha sido, en la parte nuestra, un continente de revoluciones y no de guerras. Hemos tenido treguas de paz que resultan increíbles cuando se hace la comparación con otras regiones del mundo. Tres siglos sin una guerra, ni siquiera una revolución, como tuvimos en la colonia, son tres siglos que no concebiría jamás un europeo. Aquí donde las guerras sirven para marcar la grandeza en los conductores de pueblos (lo dicen las estatuas), podrían tratarnos con el desprecio con que suelen ser vistos los hombres que no pelean, y no con el fastidio que producen los que buscan ruidos. Pero lo más extraordinario de nuestro caso está en que el día en que tuvimos que presentar línea de combate para enfrentar nuestros hombres desarmados en luchas contra los ejércitos de Fernando VII, nunca pensamos en una guerra, sino en una revolución. Luego, en las historias, se ha hablado de la guerra o las guerras de independencia. Es un error: si bien se miran los documentos contemporáneos, se verá que en ellos se habla de la revolución y no de la guerra de independencia. Y la revolución, naturalmente, era un producto de la agitación intelectual, de los ensayos que se escribieron como preludio de la emancipación. Prime-ro se emancipó la mente, y luego se fue a la pelea. La independencia ya estaba hecha

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cuando en 1810 se proclamó la...

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