La alianza de civilizaciones en el marco de los derechos humanos

AutorMáximo Cajal López
Cargo del AutorEmbajador de España
Páginas191-196

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Al cabo de unos pocos años de optimismo, el orden mundial surgido de la caída del muro de Berlín, de la descomposición del Pacto de Varsovia y del derrumbamiento de la Unión Soviética, no trajo los "dividendos de la paz" tan esperados a comienzo de la década de los 90 del siglo pasado. Abrió el paso por el contrario, con el repliegue de Rusia, a la conversión de la bipolaridad en un mundo unipolar. Se consolidaron así los Estados Unidos de América como la sola hiperpotencia. A este monopolio del poder se ha sumado la guerra total contra el terrorismo a escala global, con el resultado de un paulatino deterioro de las reglas de juego que deben regir la convivencia en el seno de la comunidad de naciones. Un nuevo orden mundial éste que todavía se mantiene pero que comienza a dar señales de fatiga.

Subyace en este proceso -la guerra de Iraq y sus secuelas no son más que alguna de sus cada vez más dramáticas manifestaciones- el escepticismo neoconservador imperante en Norteamérica, como nos ha recordado recientemente Francis Fukuyama, en su libro America at the Crossroads, "acerca de la legitimidad y de la eficacia del derecho y de las instituciones internacionales para alcanzar la seguridad o la justicia". La inevitable traducción en la práctica de este paradigma ideológico es un mal disimulado desprecio por las Naciones Unidas, la organización que, en Washington y en otros lugares, algunos están empeñados en condenar a la irrelevancia, si es que no la contemplan como un serio obstáculo a sus objetivos de dominación. Los hay, entre nosotros, que propugnan incluso el monopolio del derecho de veto en las solas manos norteamericanas.

Este es el sustrato moral sobre el que descansa el conjunto de medidas desplegadas por Estados Unidos para hacer frente a la nueva amenaza, mucho más insidiosa y difícil de combatir que los blindados soviéticos, no digamos de disuadir siendo así que quienes la practican no dudan en morir matando. Contra Moscú se vivía mejor a pesar de o, tal vez, gracias a, la "destrucción mutua asegurada". De esa postura de principio, de recelo cuando no de franca hostilidad a todo multilateralismo que no responda a sus intereses, emana un conjunto de actuaciones que persiguen -o al menos así es percibido, en una amalgama que incluye a todo el mundo occidental-, la perpetuación, se diría que a cualquier precio, de la presente situación de desigualdad de poder. O, por decirlo de otro modo, el propósito decidido de atajar cualquier intento de democratización de la comunidad internacional. De aquí surge, en una fría Page 192 secuencia lógica, un planteamiento estratégico cuyas piezas son el unilateralismo, la guerra preventiva, el doble rasero en la aplicación de las resoluciones del Consejo de Seguridad, el recurso sesgado al veto, el incumplimiento de los compromisos solemnemente suscritos, o su asunción à la carte; las mentiras de la guerra de Iraq; la inhibición, el dejar hacer a Israel en Palestina y en el Líbano. Y, necesariamente, inevitablemente, la banalización, cuando no la inobservancia, de las garantías fundamentales. Nada se ha dejado al azar.

Nadie mejor que un Premio Nobel de la Paz para denunciar esta realidad: el arzobispo Desmond Tutu quien -al referirse...

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