Prólogo

AutorJerónimo Betegón/Juan Ramón de Páramo
Páginas7-13

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Los con?ictos han ocupado y siguen ocupando un lugar preeminente en nuestra sociedad. Para algunos autores el surgimiento de un con?icto es un aspecto positivo en la medida en que estos son generadores de cambios. Para otros se trata de un elemento negativo que condiciona el desarrollo de los recursos y de las potencialidades de los individuos y de la colectividad. Sea como fuere, lo que parece ser un punto común a todos es el reconocimiento de la necesidad de superar el escenario del con?icto. Esto parece estar vinculado con los costes que genera vivir en situaciones de con?icto.

La generalización del concepto de ‘capital social’ se atribuye a la in?uencia de las obras del sociólogo político estadounidense Robert Putnam, que ha contribuido a extender su uso poniéndolo de moda. Pero como este mismo autor señala, en realidad su origen cabe encontrarlo en la obra de Tocqueville, cuando tras su célebre viaje de 1830 a los nacientes EE.UU. creyó encontrar la esencia de la democracia en el furor asociativo que caracterizaba a los estadounidenses. Desde entonces se tiende a identi?car la solidez y la prosperidad de un país con el espesor y la densidad de su tejido asociativo (trama articulada de asociaciones libres y voluntarias), al que a veces también se le llama ‘tercer sector’ por ser el mediador entre gobernantes y gobernados y ser independiente tanto del mercado (relaciones asociativas con ánimo de lucro) como del Estado (la organización obligatoria por antonomasia). Y en consecuencia, se considera que tanto el éxito económico como la calidad de la democracia están fundados en la frecuencia y variedad de las relaciones asociativas sin ánimo de lucro (social, cultural o cívico) en las que libre y voluntariamente participan los ciudadanos de un país.

La democracia precisa de un compromiso de la ciudadanía con las instituciones públicas que va mucho más allá de la mera concurrencia

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en un mismo territorio y circunstancias bajo un orden jurídico coercitivo común. Sin un cierto grado de cooperación voluntaria por parte de la mayoría del grupo social, el poder coercitivo de las instituciones políticas es insu?ciente para satisfacer los bienes públicos que se consideran deseables. Esa cooperación requiere tanto de una cierta identi?cación de los ciudadanos con las acciones de las instituciones como de un sentimiento de pertenencia a un mismo grupo humano. La noción de con?anza añade algunos elementos interesantes a las contribuciones que se han venido haciendo sobre estas cuestiones.

La con?anza es una noción, en principio, difícilmente aplicable como tal a las instituciones, en cuanto que se basa en aspectos psicológicos y normativos del comportamiento individual difíciles de generalizar para la acción institucional. Es posible, no obstante, interpretarla en un sentido amplio para adaptarla a este contexto. En este sentido, se puede entender, en primer lugar, como con?abilidad en los funcionarios gubernamentales: se tiene la expectativa en que actuarán de acuerdo con su cargo cuando tienen interés en hacer aquello que constituye su función o servicio y no sólo cuando tienen un compromiso moral o personal. De ahí la relevancia de los arreglos institucionales que incentiven o di?culten el comportamiento individual de los agentes públicos.

Pero en las democracias actuales difícilmente cabe esperar que la ciudadanía conozca los roles e incentivos que mueven a cada agente gubernamental y sepa que efectivamente cada uno cumple su función en la...

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